jueves, 21 de diciembre de 2023

Bajo la lluvia púrpura

A veces, todo comienza con un silencio en el que no se sabe lo que va a pasar. Crece la expectación a tu alrededor. Eres el centro de todas las miradas. Te envuelve la niebla sutil de lo que callas y la humedad traspasa tu ropas, tu piel, se aloja en tus huesos y los pulveriza a golpe de tedio, hasta que dejan de aguantar el peso de tu cuerpo y lo arrojan lentamente al suelo, en plena evidencia del descalabro, vagando las manos en busca de asidero por las paredes menguantes, desdibujándose los rostros y horizontes, extendiéndose inexorablemente el agujero negro que te muerde los pies y te empuja al fondo de su vientre oscuro, quedo y gélido como una fosa oceánica. 

Nada tendría por qué ser más fácil si pudieses al fin desplegar los labios y dejar escapar las palabras, como palomas que baten las alas contra las rejas y emprenden un primer vuelo recortándose ante el sol distante y frío de otro amanecer insomne. Nadie dijo que la verdad tuviera que ser sencilla, pero cualquiera puede rendirse a la evidencia de que es necesaria. Necesaria como la luz que te nutre aunque parezca que ni siquiera te alumbra.

Volverá el silencio, respirando esta vez como el eco de los últimos pasos que se alejan por la nave del templo y tal vez su perfume no sea el del abandono, sino el de la grata calidez de quien siempre estuvo contigo aunque una montaña os separara. Lograrás dormir, quién sabe si soñar, incluso. Para ver lo que quieras ver ni siquiera es necesario que tengas los ojos abiertos. Tomarás la forma de esa pieza que le falta al mundo, sin saber que el hecho de nacer ya te hizo encajar por derecho. 

De nuevo serás el centro de las miradas, cuando el personaje no sea más que vapor de agua condensado por la lluvia atroz, la que arrastra y limpia lo que atora y empaña, cuando las máscaras se hayan diluido en charcos irisados al destello de la primera luz, cuando tu canción, la tuya, la auténtica, arranque con sus primeras notas y no haya más horizonte que tu verdad, plena, absoluta, auténtica. 





Más sobre esta canción aquí: 
https://www.esquire.com/es/actualidad/a27789148/prince-purple-rain-historia-significado/ 



miércoles, 29 de noviembre de 2023

La esperanza

 Cruzaba de la salita a la escalera para acompañar a los niños a vestirse para ir al colegio cuando una luz anaranjada me sorprendió al filtrarse por la cristalera del patio. Apagué la luz para apreciar sus matices. Me acerqué al balcón y subí la persiana. Una mezcla de anaranjado, rosado y gris salpicado de vetas blancas, de fina llovizna transparente y fresca, extendiéndose sobre la calle en calma, inmóviles los árboles y las hierbas, los rizos y las entrañas. Todo en calma. La vida desperezándose, en un demasiado temprano para tener noticias, para saber nada. Silencio, si se puede llamar silencio al latido de la vida, a esos momentos de gloria que discurren entre el martilleo de los pensamientos, a esos momentos de plenitud que solo existen cuando se detiene la maquinaria. 

El amanecer me recuerda que estoy viva y que el disponer o no de fuerzas para tirar del carro ya hace mucho que pasó a ser una cuestión secundaria. En el universo de la medicina se trazan cenefas con datos y cifras que revelan magnitudes y acontecimientos exactos. En el de los pacientes, cada página en blanco se viste de garabatos inconexos, como trazados por la mano de un niño, y mientras no aparezca una intersección donde lo que no dejan de ser eso mismo, puras visiones, consigan encontrarse, todo será caminar a ciegas, a tientas contra las paredes que se resquebrajan al paso y a patadas contra el suelo que se vuelve arenas movedizas. Amanece y estoy viva. Es el mantra que me devuelve a la superficie. 

Una luz gris ilumina las cortinas de mi ventana, como una luna llena de mediodía que recorta las hojas de un animado bosque de tela. El tiempo tras los cristales se revela del color de la arena. Corre entre mis ojos y me deja en la boca el sabor de la espera. 

Eso es el mundo; el mundo con sus mareas, sus tempestades y sus calmas, sus naves que se estrellan en la orilla y reaparecen como jinetes invictos golpeados por las olas. Los pensamientos, casi ninguno constructivo, que observo desde lo alto como a través de la lente de un microscopio: organismos vivos pero sin contexto, desencajados, sin conciencia de ser ni estar pero vivos, atrapados en su propia naturaleza y aun así libres en virtud de su desconocimiento de sí mismos. Ya hace mucho que aprendí a saber que mi lugar es distinto del que ocupan ellos. 

Se me ha quedado dentro esa luz anaranjada, rosada, grisácea. Esa mañana tibia, húmeda, calma. Será el color, el sabor, el tacto de la esperanza. 


miércoles, 6 de septiembre de 2023

Sobre agosto, cultura y buitres

Agosto se me ha hecho eterno. Me ha pesado especialmente en la cabeza, donde los pensamientos no han parado de burbujear, dejando poco espacio a lecturas y meditaciones. El mar me ha dado alivio, mucho alivio, aunque el engranaje mental ha dado poca tregua a la maquinaria, aun con la cabeza sumergida. A la vuelta a casa, una cita, una carta y una sentencia: inicio de proceso de jubilación por incapacidad permanente. Ahora sí, agosto se eterniza. Agosto devora el calendario e impone el sopor como ley absoluta. Selénico y onírico, se despliega ante mí y presenta su artillería: el insomnio, el sobreanálisis, la ansiedad creadora, el relampagueo en las sienes, el devenir de todo aquello que no haré porque no puedo, porque no llego, porque algo en mi se rompió, mutó, ardió o qué sé yo; porque algo se me atravesó sin saberlo y me apartó del camino que parecía seguro, y la incertidumbre tiene estas cosas...te levanta y te pone a escribir a las seis de la mañana aunque sepa que el esfuerzo extra te va a pasar factura más pronto que tarde en cuanto amanezca el día. 

La vigilia de hoy está amenizada por Vulture culture, un disco de Alan Parsons Project publicado en 1985, que a mí me parece delicioso pese a todo lo que digan los puristas del rock progresivo, sinfónico o como quieran llamarlo, que aquí también abundan las etiquetas (no puedo evitar la seducción del pop en determinados contextos). El inconsciente no da puntada sin hilo y si después de navegar sin rumbo de lista en lista de reproducción me ha detenido en esta sencilla joya, que hace tiempo que no escuchaba, sus razones tendrá. Me miro en el uróboros de la portada y encuentro mi reflejo. La serpiente que se muerde la cola. El agosto que se repetirá cada mes del año. Mi cuerpo enroscándose en busca del sueño que no llega, huyendo de la insoportable monotonía de los pensamientos y las emociones caducas. Y aunque mis ojos logren cerrarse, mis dientes seguirán mordiendo los flecos de la memoria cuando despierte. Y seguiré sintiendo esa punzada de tristeza cuando me cruce con mis antiguos alumnos por la calle y no me reconozcan, continuaré soportando los principios y finales de curso sin agendas a estrenar ni sesiones de evaluación, volveré a sentir el impulso de evitar pasar por esa calle y aceptaré que esa etapa acabó, al igual que todo lo que me aportaba, que era mucho más que una aportación: me construía, al igual que ser mujer, madre, esposa, hija, nieta... No sé cómo explicarlo sin resbalar sobre hipérboles y redundancias, más bien parece que solo puedo narrarlo desde la ausencia y la pérdida, y me entristece tanto que prefiero dejar la reflexión a medias y tratar de echar una cabezada, si es que puedo, que ya es hora. 

Y como no tampoco me convence el fundido en gris con el que finalizo esta entrada, les dejo con buena música y sigo yo también disfrutándola hasta que el uróboros se canse de dar vueltas. 




Nota: El título de esta entrada juega con la traducción literal de Vulture culture, que significa "cultura del buitre". Si quieren saber más sobre esta expresión y su uso en inglés, les invito a leer este interesante artículo: https://www.diariojornada.com.ar/109371/sociedad/la_cultura_del_buitre_vulture_culture

viernes, 30 de junio de 2023

La palabra

Hace unos días reuní parte del valor que me ha faltado durante varios meses para ir al instituto y recoger mis cosas. Solo me traje tres: mi taza de café de Klimt (regalo de mi querida Ana cuando hacía poco que había dejado de ser mi alumna), mi neceser y los dibujos de Among us que me hizo mi hijo Álvaro para que decorara mi taquilla. Abrirla de nuevo fue tirar del calendario y que una imperceptible cortinilla de polvo se tornara el telón de un escenario más que conocido y amado: mis carpetas de fichas de refuerzo, mis archivos de tutoría, los tres o cuatro libros de donde sacaba los textos para las pruebas escritas, la fiambrera polvorienta en la que guardaba el borrador y las tizas, los últimos exámenes que no llegué a corregir, con la impronta de en tinta roja de la persona que me sustituyó... Un escenario girando a toda velocidad sobre el engranaje de otro: la sala de profesores, mi casillero junto a la ventana desde la que casi se ve mi casa y desde donde tanto me gusta contemplar lo que ahora son calles, pero que, cuando era pequeña, eran campos donde corría y jugaba con amigos que con el tiempo se convirtieron además en colegas de profesión. Siempre que miro a través de esa ventana evoco mi sueño de ser docente. Cuántas veces, de niña, hundiendo mis pasos en la hierba que ahora es asfalto, vagaría mirando al frente, soñando con mis clases imaginarias, sin saber que en ese horizonte se acabaría erigiendo el edificio en el que encontraría mi lugar, rodeada de tanta gente capaz de hacerme vibrar, de volverme loca una y otra vez hasta exprimir mi histrionismo, mis nervios y mis recursos, y todo eso para hacerme crecer, aprender, realizarme y madurar. 

Hubo un momento en el que conseguí acomodarme en la sala de profesores. Siempre que estoy con mis compañeros parece que nada ha cambiado. Fluye la conversación entre cajas de folios llenas de exámenes y trabajos realizados durante el curso. Las pantallas devuelven el logo de Séneca, a la espera de los últimos informes. En la pizarra se pueden leer borrosamente las instrucciones de los últimos días. Calendarios, listas, carteles, mapas y formularios ondean en las paredes con cada soplo de aire caliente que entra por las ventanas abiertas...ese guantazo soporífero de últimos de junio que huele inevitablemente a despedida...

Así fue como fui como si casi no fuera y estuve como si no estuviera. Mi presencia física recorrió las estancias y cumplió parte de su cometido, pero la niña interior se resistió a su manera. Sus manos aún se aferran al sueño que un día le nació. Sus ojos aún miran más allá de la era y atraviesan los cristales de un edificio inexistente, el ectoplasma del futuro en el que desarrollará algo tan importante como su vocación. La adulta, sin embargo, salió corriendo como si le ardieran los pies, y no precisamente del asfalto. Huyó para que el sueño no se hundiera, para que la sombra de la enfermedad no terminada de asfixiar lo que ha quedado de su voz maltrecha, para que este cuerpo vapuleado por sus propios sistemas de defensa aún pueda resistir para contar su experiencia. 

Y en esas seguimos, desde el campo de batalla que a la vez es trinchera, niña y adulta acompasan sus voces en el silencio de la noche y su relato comienza a recorrer la pantalla. Hay una medicina que sana todos los males: la palabra. 

martes, 20 de diciembre de 2022

Todo y nada

Desde que mi voz empezó a abandonarme, hace algo más de siete meses, mi vida ha echado el ancla en un presente sin fronteras. Hay una pizarra magnética en la nevera con anotaciones en cuatro colores diferentes: tareas, citas médicas, recordatorios y recados. Hay baile de números en el calendario. Hay planes de vez en cuando, unos difusos e improvisados, y otros monolíticos y rotundos que nos invitan o condenan a seguir viviendo a pesar de lo que sea. Pero todo es presente, todo es hoy aquí y ahora. El pasado se ha evaporado y el futuro es una pantalla en blanco. Silencio. Presiento que será el silencio quien al final vencerá. 

Echo de menos mis actividades anteriores. Cómo no extrañarlas si siempre, a pesar de los problemas o de las dificultades, siempre y en cualquier circunstancia, aunque me haya parecido todo lo contrario, he estado rodeada del amor más grande. Aun así, cualquier sentimiento, incluido el de añoranza, se ha acabado convirtiendo en gotas sobre una placa de Petri que observo a través de un microscopio. Los latidos de mi corazón se han quedado congelados. La expectación y el anhelo son cristales de sal. Habrá quien lo llame deshumanización, pero mi visión es otra. Trascendencia podríamos llamarlo, tratar de atravesar la puerta del sufrimiento, del miedo, del dolor. Aceptación profunda de lo que es, tal como es. Toda mi vida corriendo para acabar deteniéndome en un punto y echar raíces en él, pero al mismo tiempo ser todas y cada una de las etapas del camino, porque dentro de un árbol están todas las fases de su crecimiento. 

Y al mismo tiempo me doy cuenta de que no soy un árbol. Soy apenas un minúsculo tallo agitado por el viento que abraza a la lluvia con sus hojitas puntiagudas. Soy esa semilla que eclosionó por casualidad y que apenas asoma la cabeza sobre una costra de tierra dura. Nací para ser pequeña, apenas una vocecita, como la que sale de mis labios cuando el aire está atrapado en el cepo de esa dolencia que los médicos no terminan de identificar. Vivo para ser una más entre los miles de millones de vidas que pueblan el universo infinito. Aun así, esta vida tiene su cometido, como todas las demás, y será cumplido a galope de calendario, como está estipulado en las leyes no escritas de la Naturaleza. Al abrigo del silencio, las raíces quiebran la tierra y las hojas se alzan a la luz de la mañana. Horizonte níveo. Presente absoluto. Todo y nada. 

jueves, 27 de octubre de 2022

Space oddity

 Una de las canciones fundamentales de la banda sonora de mi vida (como la de mucha gente que conozco) es Space oddity, firmada por el ínclito músico británico David Bowie en 1969. Nada puedo decir sobre el significado de su figura en la historia cultural de los siglos XX y XXI que no haya sido dicho ya. Nada puedo contar de lo que supuso el álbum homónimo para la sensibilidad de todo un conjunto de generaciones. Pero sí puedo explicar el sentido que para mí entraña esta canción y lo que se me remueve dentro cada vez que la escucho. 

Ground control to major Tom.
Ground control to major Tom. 
Take your protein pills and put your helmet on. 

(Control de tierra al comandante Tom. 
Control de tierra al comandante Tom. 
Tómese sus píldoras de proteínas y póngase el casco). 

Julio de dos mil once. Soporífera tarde, sol de justicia, hora de la siesta. Pinceladas grises y negras salpicadas sobre el lienzo blanco y aséptico de una sala de partos en la que parece que hay demasiada gente. El alivio de escuchar por fin el llanto de fondo tras muchas, muchas horas de dolores, preocupación y agotamiento en una tarea que no parecía tener fin. Mi hijo en mis brazos. Mi hijo. Nuestro hijo. Ese ser enrojecido, con la cabeza ahuevada por el fórceps y el nudillo trémulo en la boca, llorando a gritos la angustia de su travesía, arropado por el cuerpo del que acaba de salir. Tomémonos las píldoras de proteínas y pongámonos el casco. Acaban de cortar el cordón umbilical. 

Ground control to major Tom. 
Commencing countdown; engines on. 
Check ignition and may God's love be with you. 

(Control de tierra al comandante Tom.
Comenzando cuenta atrás; motores encendidos. 
Compruebe el encendido y que el amor de Dios lo acompañe).

Sí, los motores se van encendiendo poco a poco. Comenzamos con la lactancia materna. Ese problemilla. Ese acto de agarrar el pezón y extraer el alimento. ¿Por qué no lo conseguimos? ¿Eres tú o soy yo? Quizás estamos los dos demasiado estresados después del duro viaje. Relajémonos un poco. Te tarareo, te canto, te beso, te abrazo, te estrecho contra mí todo el tiempo, nunca nos separamos. Parece que algunas fibras de ese cordón no terminaron de cortarse del todo. Lloramos juntos. Nadie nos ve pero lo hacemos. Apenas duermes...¿por qué no duermes? Una y otra vez tus llantos rompen el silencio de la noche. Parece que te agobias. Y a mí me agobia intuir que sufres, que no eres feliz como los otros bebés. Comprobamos el encendido y rogamos que el amor de Dios nos acompañe. 

Ten, nine, eight, seven, six, five, four, three, two, one. Lift off. 
(Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos uno. Despegue). 

Han pasado tres años en los que las contradicciones se han entrelazado de tal forma que hemos perdido el norte, o al menos eso me parece, porque ya no sé en qué día vivo. No duermes, comienzas a rechazar la comida, no consigo controlar tu comportamiento ni que digas una sola palabra. Me paso el día corriendo detrás de ti para que no te pongas en peligro y para que pidas las cosas en vez de escalar por los muebles para alcanzar lo que necesitas. Tienes muchos juguetes con los que no juegas. Te dedicas a alinearlos o clasificarlos por colores. Chillas como un poseso si mezclamos un color con otro, o si te llevo a pasear por un camino distinto del habitual. Tenemos que marcharnos apresuradamente cada vez que entramos a una tienda, a una cafetería, a un supermercado, a cualquier casa que no sea conocida. Tengo que sujetarte fuertemente de la mano para que no salgas corriendo en mitad de la calle. Has tenido un hermanito: un precioso y dulce hermanito que ha aprendido a esperar su turno desde antes de salir de mi vientre. Un hermoso y delicado ser que observa con paciencia tus aleteos, tus aspavientos, tus raptos de alegría y tus momentos de crisis. Hay momentos en los que parece que estamos a punto de llegar a algún sitio, de conseguir algo... pero no, esto es solo la cuenta atrás. Despegamos. 

This is Ground control to major Tom.
You really made the grade
and the papers want to know whose shirts you wear. 
Now it's time to leave the capsule if you dare. 

(Aquí Control de tierra llamando al comandante Tom.
Realmente consiguió usted la hazaña 
y los periódicos quieren saber qué camisas usa. 
Ahora es el momento de abandonar la cápsula si se atreve)

El diagnóstico vino en Navidad, un día antes de Nochevieja. No fue ninguna novedad porque en nuestro interior lo sabíamos y lo teníamos asumido desde hacía mucho tiempo. Comenzamos a organizarnos y a preparar papeles. Había muchas puertas a las que llamar y en todas era necesario dar debida cuenta de nuestros datos, antecedentes clínicos, conductas, costumbres, nivel sociocultural y de ingresos,  estructura de nuestra vivienda, organización de nuestra vida diaria, intimidades variadas. Fuimos abandonando la cápsula. Nos atrevimos. 

This is major Tom to Ground control 
I'm stepping through the door 
and I'm floating in a most peculiar way
and these stars look very different today.

(Aquí el comandante Tom al Control de tierra:
he cruzado la puerta 
y estoy flotando de la forma más peculiar...
y esas estrellas parecen muy diferentes hoy).

Por fin llega tu voz, cariño mío. Por fin comienzas a darle forma mediante las palabras a todo lo que bulle dentro de tí, y sí, lo haces flotando de la forma más peculiar. Tienes casi cinco años la primera vez que dices a algo que "sí". Comienzas a nombrar objetos cotidianos (ha servido la batería de casi doscientas tarjetas que te hice y que he estado repasando contigo todos los días desde hace años; han servido los vídeos de vocabulario que te fui elaborando mientras estaba convaleciente de uno de mis muchos percances de salud, ha servido el que todos: padres, abuelos, tíos, primos, profesores, terapeutas, no hayamos dejado ni un segundo de hablarte ni de perder la esperanza en que un día nos respondieras). Conseguimos que dejes de señalar o de darte golpes en la pared cuando quieres llamar nuestra atención. ¿Conseguimos? No, lo conseguiste tú. Los demás solo estuvimos ahí para darte confianza e impulso. No sé si las estrellas que viste eran las que esperabas. Flotabas en tus aleteos sin llegar nunca a pisar por completo el suelo. Corrías por el parque de puntillas mientras los niños jugaban y te miraban extrañados como si fueras en traje de astronauta. Pero las estrellas estaban ahí, y en medio de la oscuridad nos alumbraban un poquito el camino, como señales luminosas que solo se encendían si dábamos un paso, haciéndonos entender que el único compromiso imprescindible para alcanzar la luz era seguir caminando. 

For here 
Am I sitting in a tin can
far above the world.
Planet Earth is blue
and there's nothing I can do. 

(Pues aquí estoy sentado en una pequeña lata
muy por encima del mundo.
El planeta Tierra es azul
pero no hay nada que yo pueda hacer)

Así es. Te vas alejando. Tus aleteos te elevan. Te elevan hasta tal punto que sales volando y pierdes la conexión con lo que ocurre aquí abajo. Las convenciones sociales se te escurren tanto como las restas con llevadas. Escribes listas interminables referidas a variopintos campos de experiencia, mientras te absorbe el traje de astronauta. Te estorba su peso cuando extiendes los brazos en busca de tus amigos, de la gente que aprecias. Hay momentos en que ese amor se diluye ante el esfuerzo que supone tender un puente hacia los demás, compartir su mundo, poder quitarte siquiera el caso para respirar el mismo aire que nosotros. Creces, avanzas, te esfuerzas, te esfuerzas tanto que solo podemos verlo quienes sabemos lo que hay dentro de ese traje. El azul te rodea pero no hay nada que puedas hacer. 

Though I'm past one hundred thousand miles
I'm feeling very still.
And I think my spaceship knows which way to go.
Tell muy wife I love her very much she knows. 

(Aunque he pasado cien mil millas
me siento muy quieto
y siento que mi nave sabe qué camino tomar. 
Díganle a mi esposa que la amo mucho; ella lo sabe). 

Qué lejos estás, cariño mío. Estás tan lejos que casi da igual que te sigas alejando, porque a partir de una cierta distancia todo parece inalcanzable. Te sientes quieto aunque te veamos agitarte, aunque te levantes cien veces mientras tratamos de almorzar, aunque no encuentres la postura para sentarte mientras haces los deberes, aunque tu mente no sea capaz de deternerse en un solo pensamiento porque son cien mil a la vez los que revuelven tu cerebro y tienes la inexplicable capacidad de observarlos todos. Te sientes quieto pero estás corriendo por las escaleras, estás gritando, estás a punto de cruzar la calle cuando viene un coche, estás desarmando los juguetes de tu hermano, estás cantando otra vez la misma canción, haciendo la misma pregunta, hablando tan alto que nos duele la cabeza, lanzando coches de juguete por la ventana. Te sientes quieto y no nos ves girar como satélites alrededor de ti, calmando tus impulsos, apagando tus llamas, arropándote cuando tiemblas de frustración porque nadie entiende la terrible soledad de los astronautas. 

No necesitamos saber que nos amas. El amor eres tú y lo demuestras sin necesidad de hacer ni decir nada. 

Ground control to major Tom; 
your circuit's dead, there's something wrong. 
Can you hear me, major Tom?
Can you hear me, major Tom? 
Can you...

(Control de tierra al comandante Tom;
su circuito está muerto, algo va mal. 
¿Puede oírme, comandante Tom?
¿Puede oírme, comandante Tom?
¿Puede...?)

No, eso no puede ser, me niego a creer que se haya cortado la comunicación. A lo mejor te lo puedo explicar con pictogramas. O no. Las ayudas visuales parece que se agotan. Comienzas a caminar en otro nivel. Preadolescencia. Pero si aún te gustan las canciones infantiles aunque digas que son para bebés. Quieres ser mayor sin abandonar los hábitos de pequeño. El traje parece que ya no te pesa. Ahora te has fundido con él y el mundo lo ha integrado en su paisaje. Probamos de nuevo a establecer la conexión. Con palabras, porque estas combinaciones de sonidos sin interpretación unívoca que hemos dado en llamar lenguaje es el código al que tendrás que acostumbrarte para el resto de tu vida. ¿Puedes oírnos? ¿Puedes oírnos? 

Here I am floating in a tin can
far above the Moon. 
Planet Earth is blue
but there's nothing I can do. 

(Aquí estoy flotando en una pequeña lata
muy lejos de la Luna. 
El planeta Tierra es azul
pero no hay nada que pueda hacer)

Si se dan cuenta, aquí se repite el estribillo. No hay nada que pueda hacer. 

Un estribillo es un recurso que otorga unidad temática y ritmo a una composición, al tiempo que facilita su memorización. El estribillo viene a nuestra mente mil veces y su efecto hipnótico hace que a veces nos creamos que el estribillo es la canción. 

Pero echando mano de lucidez, de consciencia, entendemos que ninguna canción está siempre terminada y que no se carga de significado a base de repeticiones. Nuestra canción continúa en cada uno de los días, en cada uno de los minutos de nuestro día a día. Nuestro astronauta es la estrella alrededor de la cual giramos, alrededor de la cual organizamos nuestra agenda diaria, nuestras actividades, nuestras emociones y nuestras esperanzas. Su traje no es más que un traje y lo bueno que tiene es que le ha dado alas para vernos desde lo alto, para mantenerse lejos de nuestras mezquindades y miserias. Su traje lo mantiene puro, transparente, tan bueno y tan inocente que no es capaz de mentir, de engañar, de obrar con maldad, de ambicionar o de manipular a otros. Tan lejos está que en esa otra atmósfera su traje se derrite, se evapora y lo deja ser él mismo, a veces solo unas horas, cuando juega a presentar la graduación como el maestro Rafa, o a comentar la fórmula 1 como Antonio Lobato, o a cantar y bailar a puerta cerrada porque le da vergüenza que lo veamos. Tan lejos está que a fuerza de extrañarlo nos hemos dado cuenta de que en realidad está dentro de nosotros, porque todo lo que nos ha brindado su presencia ha sido extraordinariamente bueno y bello, y lo seguirá siendo mientras sigamos a su lado, atendiéndolo en su día a día, ayudándolo a colocar los adornos de Navidad cada tres de diciembre. Porque una parte muy importante de lo bueno y de lo bello que pueda haber dentro de nosotros, esa parte, hijo mío, está ahí gracias a ti. 




Nota: la traducción de la letra de la canción corre por mi cuenta y riesgo, por lo cual imagino que habrá inexactitudes puesto que mi inglés está más que oxidado. Se admite todo tipo de sugerencias al respecto y mis disculpas a mis amigos anglófonos y profesores de inglés. 

martes, 18 de octubre de 2022

Ahora o nunca

 Regreso a mi viejo hogar después de unos ocho años de silencio absoluto. Abrí este blog hace quince años, recuerdo que un veintitrés de octubre de 2007, mientras me recuperaba de un cáncer que casi me manda a la otra orilla, buscando el aliento que me faltaba para recuperar el pulso de los días. Regreso tras una larga travesía de vivencias, proyectos, crianza, sobresaltos, trabajo (muchísimo trabajo) y, nuevamente, la enfermedad: ese horizonte que se perfila siempre como la venta en el Quijote, el lugar común al que voy siempre a parar para reencontrarme con todo lo que fui dejando por el camino y, cómo no, conmigo misma, con el reflejo de lo que he ido reflejando, en desigual batalla contra gigantes, molinos, rebaños, ejércitos, pellejos de vino y fantasmas desmelenados que cada vez aterran menos y dialogan más. Lo bueno de la madurez es que enseña a conversar los miedos en lugar de huir de ellos, y cuánto se aprende de esas tertulias...

Esta vez se trata de miastenia gravis, una enfermedad neuromuscular y autoinmune que, en mi caso, se ha cebado con los músculos de mi garganta, reduciendo mi voz a la mínima expresión. Esto no solo me impide seguir desempeñando mi labor como profesora, sino que, evidentemente, supone una limitación en todos los aspectos de mi vida cotidiana, fundamentalmente en la crianza de dos hijos, uno de los cuales presenta autismo con déficit de atención y trastorno del lenguaje. Sobre el cómo nos las arreglamos cada día podría escribir una trilogía solo con lo que llevamos vivido en los últimos siete años. Creo que fue en ese momento cuando puse punto final a la antigua versión del blog y borré todas las entradas. Tuve que formatearme, por dentro y por fuera, para hacer frente a una situación que me sobrepasaba y que ha absorbió todas mis energías. Mi hijo pequeño solo tenía tres meses cuando vino el diagnóstico de su hermano mayor y tuvo que acostumbrarse a sobrevivir mientras gestionábamos el terremoto que sacudía a nuestra familia. 

Y cuando por fin llegó la calma (con alguna tormenta improvisada) y volvíamos a empezar desde cero, con los cimientos más fuertes que nunca, vuelve la enfermedad a ponerlo todo patas arriba, pero nos ha encontrado preparados con la única medicina cien por cien infalible: la actitud. 

Y la actitud no tiene nada que ver con insistir en que es de día cuando la oscuridad se cierne sobre los tejados ni con pintar sonrisas con los ojos reprimiendo el llanto. La actitud es un anclaje en el aquí y el ahora, una respiración profunda antes de sentarse a tomar el té con la caterva de fantasmas enmascarados con nuestro propio rostro, una charla amigable con lo que hemos sido y la condescendencia más absoluta hacia todo aquello que no pudimos evitar hacer, pensar o sentir en el pasado porque era lo único que podíamos hacer, pensar y sentir en aquel momento y en aquellas circunstancias. De estas raíces brotan y florecen los síntomas físicos, que en cualquier caso no son más que el aspecto externo de todo aquello que hemos ido guardando hasta enquistarlo en nuestro interior hasta que explota con violencia en forma de dolor, espasmos, ahogos, temblores o, a veces, simplemente tristeza. 

La actitud es ser uno con con la nueva realidad, otear el nuevo paisaje y embriagarse de sus colores y aromas. Bajo el blanco frío y aséptico de la habitación de un hospital hay un multiverso de similar blancura, la blancura del todo que es lo mismo que la nada. Braceando entre sus espumas he recontextualizado toda mi existencia (tantas veces desde hace quince años, sin importar el número de habitación ni lo que se divisara tras las ventanas, cables como cadenas saliendo de mis venas, tubos fluorescentes decolorando mi piel, sustancias corriendo por mi sangre, alimentando y reconstruyendo los órganos que, inexorablemente, algún día morirán). Buceando entre sus corales he divisado incontables tesoros: el más valioso, el amor incondicional de mi familia y, cómo no, el de tanta gente con la cual he entretejido mi vida; en ellos he hecho pie y me he impulsado de nuevo hacia la superficie. 

Ahora tomo aire y sigo adelante; me abro paso en la espesura de este bosque que mis pies pisan sin reparo. He perdido la voz pero no la consciencia. Más despierta que nunca, me preparo para vivir un sueño. ¿Quién me acompaña? 


Nota: mi más profundo agradecimiento a mi hermano Ezequiel y a mi cuñada Ana por animarme en todo momento a volver a escribir. Necesitaba romper este silencio y vosotros me habéis dado toda la confianza necesaria para recuperar mi voz (escrita). Os quiero.