La Dama Zahorí
Blog de Laura
jueves, 21 de diciembre de 2023
Bajo la lluvia púrpura
miércoles, 29 de noviembre de 2023
La esperanza
Cruzaba de la salita a la escalera para acompañar a los niños a vestirse para ir al colegio cuando una luz anaranjada me sorprendió al filtrarse por la cristalera del patio. Apagué la luz para apreciar sus matices. Me acerqué al balcón y subí la persiana. Una mezcla de anaranjado, rosado y gris salpicado de vetas blancas, de fina llovizna transparente y fresca, extendiéndose sobre la calle en calma, inmóviles los árboles y las hierbas, los rizos y las entrañas. Todo en calma. La vida desperezándose, en un demasiado temprano para tener noticias, para saber nada. Silencio, si se puede llamar silencio al latido de la vida, a esos momentos de gloria que discurren entre el martilleo de los pensamientos, a esos momentos de plenitud que solo existen cuando se detiene la maquinaria.
El amanecer me recuerda que estoy viva y que el disponer o no de fuerzas para tirar del carro ya hace mucho que pasó a ser una cuestión secundaria. En el universo de la medicina se trazan cenefas con datos y cifras que revelan magnitudes y acontecimientos exactos. En el de los pacientes, cada página en blanco se viste de garabatos inconexos, como trazados por la mano de un niño, y mientras no aparezca una intersección donde lo que no dejan de ser eso mismo, puras visiones, consigan encontrarse, todo será caminar a ciegas, a tientas contra las paredes que se resquebrajan al paso y a patadas contra el suelo que se vuelve arenas movedizas. Amanece y estoy viva. Es el mantra que me devuelve a la superficie.
Una luz gris ilumina las cortinas de mi ventana, como una luna llena de mediodía que recorta las hojas de un animado bosque de tela. El tiempo tras los cristales se revela del color de la arena. Corre entre mis ojos y me deja en la boca el sabor de la espera.
Eso es el mundo; el mundo con sus mareas, sus tempestades y sus calmas, sus naves que se estrellan en la orilla y reaparecen como jinetes invictos golpeados por las olas. Los pensamientos, casi ninguno constructivo, que observo desde lo alto como a través de la lente de un microscopio: organismos vivos pero sin contexto, desencajados, sin conciencia de ser ni estar pero vivos, atrapados en su propia naturaleza y aun así libres en virtud de su desconocimiento de sí mismos. Ya hace mucho que aprendí a saber que mi lugar es distinto del que ocupan ellos.
Se me ha quedado dentro esa luz anaranjada, rosada, grisácea. Esa mañana tibia, húmeda, calma. Será el color, el sabor, el tacto de la esperanza.
miércoles, 6 de septiembre de 2023
Sobre agosto, cultura y buitres
viernes, 30 de junio de 2023
La palabra
martes, 20 de diciembre de 2022
Todo y nada
jueves, 27 de octubre de 2022
Space oddity
Una de las canciones fundamentales de la banda sonora de mi vida (como la de mucha gente que conozco) es Space oddity, firmada por el ínclito músico británico David Bowie en 1969. Nada puedo decir sobre el significado de su figura en la historia cultural de los siglos XX y XXI que no haya sido dicho ya. Nada puedo contar de lo que supuso el álbum homónimo para la sensibilidad de todo un conjunto de generaciones. Pero sí puedo explicar el sentido que para mí entraña esta canción y lo que se me remueve dentro cada vez que la escucho.
Ground control to major Tom.
Take your protein pills and put your helmet on.
martes, 18 de octubre de 2022
Ahora o nunca
Regreso a mi viejo hogar después de unos ocho años de silencio absoluto. Abrí este blog hace quince años, recuerdo que un veintitrés de octubre de 2007, mientras me recuperaba de un cáncer que casi me manda a la otra orilla, buscando el aliento que me faltaba para recuperar el pulso de los días. Regreso tras una larga travesía de vivencias, proyectos, crianza, sobresaltos, trabajo (muchísimo trabajo) y, nuevamente, la enfermedad: ese horizonte que se perfila siempre como la venta en el Quijote, el lugar común al que voy siempre a parar para reencontrarme con todo lo que fui dejando por el camino y, cómo no, conmigo misma, con el reflejo de lo que he ido reflejando, en desigual batalla contra gigantes, molinos, rebaños, ejércitos, pellejos de vino y fantasmas desmelenados que cada vez aterran menos y dialogan más. Lo bueno de la madurez es que enseña a conversar los miedos en lugar de huir de ellos, y cuánto se aprende de esas tertulias...
Esta vez se trata de miastenia gravis, una enfermedad neuromuscular y autoinmune que, en mi caso, se ha cebado con los músculos de mi garganta, reduciendo mi voz a la mínima expresión. Esto no solo me impide seguir desempeñando mi labor como profesora, sino que, evidentemente, supone una limitación en todos los aspectos de mi vida cotidiana, fundamentalmente en la crianza de dos hijos, uno de los cuales presenta autismo con déficit de atención y trastorno del lenguaje. Sobre el cómo nos las arreglamos cada día podría escribir una trilogía solo con lo que llevamos vivido en los últimos siete años. Creo que fue en ese momento cuando puse punto final a la antigua versión del blog y borré todas las entradas. Tuve que formatearme, por dentro y por fuera, para hacer frente a una situación que me sobrepasaba y que ha absorbió todas mis energías. Mi hijo pequeño solo tenía tres meses cuando vino el diagnóstico de su hermano mayor y tuvo que acostumbrarse a sobrevivir mientras gestionábamos el terremoto que sacudía a nuestra familia.
Y cuando por fin llegó la calma (con alguna tormenta improvisada) y volvíamos a empezar desde cero, con los cimientos más fuertes que nunca, vuelve la enfermedad a ponerlo todo patas arriba, pero nos ha encontrado preparados con la única medicina cien por cien infalible: la actitud.
Y la actitud no tiene nada que ver con insistir en que es de día cuando la oscuridad se cierne sobre los tejados ni con pintar sonrisas con los ojos reprimiendo el llanto. La actitud es un anclaje en el aquí y el ahora, una respiración profunda antes de sentarse a tomar el té con la caterva de fantasmas enmascarados con nuestro propio rostro, una charla amigable con lo que hemos sido y la condescendencia más absoluta hacia todo aquello que no pudimos evitar hacer, pensar o sentir en el pasado porque era lo único que podíamos hacer, pensar y sentir en aquel momento y en aquellas circunstancias. De estas raíces brotan y florecen los síntomas físicos, que en cualquier caso no son más que el aspecto externo de todo aquello que hemos ido guardando hasta enquistarlo en nuestro interior hasta que explota con violencia en forma de dolor, espasmos, ahogos, temblores o, a veces, simplemente tristeza.
La actitud es ser uno con con la nueva realidad, otear el nuevo paisaje y embriagarse de sus colores y aromas. Bajo el blanco frío y aséptico de la habitación de un hospital hay un multiverso de similar blancura, la blancura del todo que es lo mismo que la nada. Braceando entre sus espumas he recontextualizado toda mi existencia (tantas veces desde hace quince años, sin importar el número de habitación ni lo que se divisara tras las ventanas, cables como cadenas saliendo de mis venas, tubos fluorescentes decolorando mi piel, sustancias corriendo por mi sangre, alimentando y reconstruyendo los órganos que, inexorablemente, algún día morirán). Buceando entre sus corales he divisado incontables tesoros: el más valioso, el amor incondicional de mi familia y, cómo no, el de tanta gente con la cual he entretejido mi vida; en ellos he hecho pie y me he impulsado de nuevo hacia la superficie.
Ahora tomo aire y sigo adelante; me abro paso en la espesura de este bosque que mis pies pisan sin reparo. He perdido la voz pero no la consciencia. Más despierta que nunca, me preparo para vivir un sueño. ¿Quién me acompaña?
Nota: mi más profundo agradecimiento a mi hermano Ezequiel y a mi cuñada Ana por animarme en todo momento a volver a escribir. Necesitaba romper este silencio y vosotros me habéis dado toda la confianza necesaria para recuperar mi voz (escrita). Os quiero.