jueves, 21 de diciembre de 2023

Bajo la lluvia púrpura

A veces, todo comienza con un silencio en el que no se sabe lo que va a pasar. Crece la expectación a tu alrededor. Eres el centro de todas las miradas. Te envuelve la niebla sutil de lo que callas y la humedad traspasa tu ropas, tu piel, se aloja en tus huesos y los pulveriza a golpe de tedio, hasta que dejan de aguantar el peso de tu cuerpo y lo arrojan lentamente al suelo, en plena evidencia del descalabro, vagando las manos en busca de asidero por las paredes menguantes, desdibujándose los rostros y horizontes, extendiéndose inexorablemente el agujero negro que te muerde los pies y te empuja al fondo de su vientre oscuro, quedo y gélido como una fosa oceánica. 

Nada tendría por qué ser más fácil si pudieses al fin desplegar los labios y dejar escapar las palabras, como palomas que baten las alas contra las rejas y emprenden un primer vuelo recortándose ante el sol distante y frío de otro amanecer insomne. Nadie dijo que la verdad tuviera que ser sencilla, pero cualquiera puede rendirse a la evidencia de que es necesaria. Necesaria como la luz que te nutre aunque parezca que ni siquiera te alumbra.

Volverá el silencio, respirando esta vez como el eco de los últimos pasos que se alejan por la nave del templo y tal vez su perfume no sea el del abandono, sino el de la grata calidez de quien siempre estuvo contigo aunque una montaña os separara. Lograrás dormir, quién sabe si soñar, incluso. Para ver lo que quieras ver ni siquiera es necesario que tengas los ojos abiertos. Tomarás la forma de esa pieza que le falta al mundo, sin saber que el hecho de nacer ya te hizo encajar por derecho. 

De nuevo serás el centro de las miradas, cuando el personaje no sea más que vapor de agua condensado por la lluvia atroz, la que arrastra y limpia lo que atora y empaña, cuando las máscaras se hayan diluido en charcos irisados al destello de la primera luz, cuando tu canción, la tuya, la auténtica, arranque con sus primeras notas y no haya más horizonte que tu verdad, plena, absoluta, auténtica. 





Más sobre esta canción aquí: 
https://www.esquire.com/es/actualidad/a27789148/prince-purple-rain-historia-significado/ 



miércoles, 29 de noviembre de 2023

La esperanza

 Cruzaba de la salita a la escalera para acompañar a los niños a vestirse para ir al colegio cuando una luz anaranjada me sorprendió al filtrarse por la cristalera del patio. Apagué la luz para apreciar sus matices. Me acerqué al balcón y subí la persiana. Una mezcla de anaranjado, rosado y gris salpicado de vetas blancas, de fina llovizna transparente y fresca, extendiéndose sobre la calle en calma, inmóviles los árboles y las hierbas, los rizos y las entrañas. Todo en calma. La vida desperezándose, en un demasiado temprano para tener noticias, para saber nada. Silencio, si se puede llamar silencio al latido de la vida, a esos momentos de gloria que discurren entre el martilleo de los pensamientos, a esos momentos de plenitud que solo existen cuando se detiene la maquinaria. 

El amanecer me recuerda que estoy viva y que el disponer o no de fuerzas para tirar del carro ya hace mucho que pasó a ser una cuestión secundaria. En el universo de la medicina se trazan cenefas con datos y cifras que revelan magnitudes y acontecimientos exactos. En el de los pacientes, cada página en blanco se viste de garabatos inconexos, como trazados por la mano de un niño, y mientras no aparezca una intersección donde lo que no dejan de ser eso mismo, puras visiones, consigan encontrarse, todo será caminar a ciegas, a tientas contra las paredes que se resquebrajan al paso y a patadas contra el suelo que se vuelve arenas movedizas. Amanece y estoy viva. Es el mantra que me devuelve a la superficie. 

Una luz gris ilumina las cortinas de mi ventana, como una luna llena de mediodía que recorta las hojas de un animado bosque de tela. El tiempo tras los cristales se revela del color de la arena. Corre entre mis ojos y me deja en la boca el sabor de la espera. 

Eso es el mundo; el mundo con sus mareas, sus tempestades y sus calmas, sus naves que se estrellan en la orilla y reaparecen como jinetes invictos golpeados por las olas. Los pensamientos, casi ninguno constructivo, que observo desde lo alto como a través de la lente de un microscopio: organismos vivos pero sin contexto, desencajados, sin conciencia de ser ni estar pero vivos, atrapados en su propia naturaleza y aun así libres en virtud de su desconocimiento de sí mismos. Ya hace mucho que aprendí a saber que mi lugar es distinto del que ocupan ellos. 

Se me ha quedado dentro esa luz anaranjada, rosada, grisácea. Esa mañana tibia, húmeda, calma. Será el color, el sabor, el tacto de la esperanza. 


miércoles, 6 de septiembre de 2023

Sobre agosto, cultura y buitres

Agosto se me ha hecho eterno. Me ha pesado especialmente en la cabeza, donde los pensamientos no han parado de burbujear, dejando poco espacio a lecturas y meditaciones. El mar me ha dado alivio, mucho alivio, aunque el engranaje mental ha dado poca tregua a la maquinaria, aun con la cabeza sumergida. A la vuelta a casa, una cita, una carta y una sentencia: inicio de proceso de jubilación por incapacidad permanente. Ahora sí, agosto se eterniza. Agosto devora el calendario e impone el sopor como ley absoluta. Selénico y onírico, se despliega ante mí y presenta su artillería: el insomnio, el sobreanálisis, la ansiedad creadora, el relampagueo en las sienes, el devenir de todo aquello que no haré porque no puedo, porque no llego, porque algo en mi se rompió, mutó, ardió o qué sé yo; porque algo se me atravesó sin saberlo y me apartó del camino que parecía seguro, y la incertidumbre tiene estas cosas...te levanta y te pone a escribir a las seis de la mañana aunque sepa que el esfuerzo extra te va a pasar factura más pronto que tarde en cuanto amanezca el día. 

La vigilia de hoy está amenizada por Vulture culture, un disco de Alan Parsons Project publicado en 1985, que a mí me parece delicioso pese a todo lo que digan los puristas del rock progresivo, sinfónico o como quieran llamarlo, que aquí también abundan las etiquetas (no puedo evitar la seducción del pop en determinados contextos). El inconsciente no da puntada sin hilo y si después de navegar sin rumbo de lista en lista de reproducción me ha detenido en esta sencilla joya, que hace tiempo que no escuchaba, sus razones tendrá. Me miro en el uróboros de la portada y encuentro mi reflejo. La serpiente que se muerde la cola. El agosto que se repetirá cada mes del año. Mi cuerpo enroscándose en busca del sueño que no llega, huyendo de la insoportable monotonía de los pensamientos y las emociones caducas. Y aunque mis ojos logren cerrarse, mis dientes seguirán mordiendo los flecos de la memoria cuando despierte. Y seguiré sintiendo esa punzada de tristeza cuando me cruce con mis antiguos alumnos por la calle y no me reconozcan, continuaré soportando los principios y finales de curso sin agendas a estrenar ni sesiones de evaluación, volveré a sentir el impulso de evitar pasar por esa calle y aceptaré que esa etapa acabó, al igual que todo lo que me aportaba, que era mucho más que una aportación: me construía, al igual que ser mujer, madre, esposa, hija, nieta... No sé cómo explicarlo sin resbalar sobre hipérboles y redundancias, más bien parece que solo puedo narrarlo desde la ausencia y la pérdida, y me entristece tanto que prefiero dejar la reflexión a medias y tratar de echar una cabezada, si es que puedo, que ya es hora. 

Y como no tampoco me convence el fundido en gris con el que finalizo esta entrada, les dejo con buena música y sigo yo también disfrutándola hasta que el uróboros se canse de dar vueltas. 




Nota: El título de esta entrada juega con la traducción literal de Vulture culture, que significa "cultura del buitre". Si quieren saber más sobre esta expresión y su uso en inglés, les invito a leer este interesante artículo: https://www.diariojornada.com.ar/109371/sociedad/la_cultura_del_buitre_vulture_culture

viernes, 30 de junio de 2023

La palabra

Hace unos días reuní parte del valor que me ha faltado durante varios meses para ir al instituto y recoger mis cosas. Solo me traje tres: mi taza de café de Klimt (regalo de mi querida Ana cuando hacía poco que había dejado de ser mi alumna), mi neceser y los dibujos de Among us que me hizo mi hijo Álvaro para que decorara mi taquilla. Abrirla de nuevo fue tirar del calendario y que una imperceptible cortinilla de polvo se tornara el telón de un escenario más que conocido y amado: mis carpetas de fichas de refuerzo, mis archivos de tutoría, los tres o cuatro libros de donde sacaba los textos para las pruebas escritas, la fiambrera polvorienta en la que guardaba el borrador y las tizas, los últimos exámenes que no llegué a corregir, con la impronta de en tinta roja de la persona que me sustituyó... Un escenario girando a toda velocidad sobre el engranaje de otro: la sala de profesores, mi casillero junto a la ventana desde la que casi se ve mi casa y desde donde tanto me gusta contemplar lo que ahora son calles, pero que, cuando era pequeña, eran campos donde corría y jugaba con amigos que con el tiempo se convirtieron además en colegas de profesión. Siempre que miro a través de esa ventana evoco mi sueño de ser docente. Cuántas veces, de niña, hundiendo mis pasos en la hierba que ahora es asfalto, vagaría mirando al frente, soñando con mis clases imaginarias, sin saber que en ese horizonte se acabaría erigiendo el edificio en el que encontraría mi lugar, rodeada de tanta gente capaz de hacerme vibrar, de volverme loca una y otra vez hasta exprimir mi histrionismo, mis nervios y mis recursos, y todo eso para hacerme crecer, aprender, realizarme y madurar. 

Hubo un momento en el que conseguí acomodarme en la sala de profesores. Siempre que estoy con mis compañeros parece que nada ha cambiado. Fluye la conversación entre cajas de folios llenas de exámenes y trabajos realizados durante el curso. Las pantallas devuelven el logo de Séneca, a la espera de los últimos informes. En la pizarra se pueden leer borrosamente las instrucciones de los últimos días. Calendarios, listas, carteles, mapas y formularios ondean en las paredes con cada soplo de aire caliente que entra por las ventanas abiertas...ese guantazo soporífero de últimos de junio que huele inevitablemente a despedida...

Así fue como fui como si casi no fuera y estuve como si no estuviera. Mi presencia física recorrió las estancias y cumplió parte de su cometido, pero la niña interior se resistió a su manera. Sus manos aún se aferran al sueño que un día le nació. Sus ojos aún miran más allá de la era y atraviesan los cristales de un edificio inexistente, el ectoplasma del futuro en el que desarrollará algo tan importante como su vocación. La adulta, sin embargo, salió corriendo como si le ardieran los pies, y no precisamente del asfalto. Huyó para que el sueño no se hundiera, para que la sombra de la enfermedad no terminada de asfixiar lo que ha quedado de su voz maltrecha, para que este cuerpo vapuleado por sus propios sistemas de defensa aún pueda resistir para contar su experiencia. 

Y en esas seguimos, desde el campo de batalla que a la vez es trinchera, niña y adulta acompasan sus voces en el silencio de la noche y su relato comienza a recorrer la pantalla. Hay una medicina que sana todos los males: la palabra.