miércoles, 29 de noviembre de 2023

La esperanza

 Cruzaba de la salita a la escalera para acompañar a los niños a vestirse para ir al colegio cuando una luz anaranjada me sorprendió al filtrarse por la cristalera del patio. Apagué la luz para apreciar sus matices. Me acerqué al balcón y subí la persiana. Una mezcla de anaranjado, rosado y gris salpicado de vetas blancas, de fina llovizna transparente y fresca, extendiéndose sobre la calle en calma, inmóviles los árboles y las hierbas, los rizos y las entrañas. Todo en calma. La vida desperezándose, en un demasiado temprano para tener noticias, para saber nada. Silencio, si se puede llamar silencio al latido de la vida, a esos momentos de gloria que discurren entre el martilleo de los pensamientos, a esos momentos de plenitud que solo existen cuando se detiene la maquinaria. 

El amanecer me recuerda que estoy viva y que el disponer o no de fuerzas para tirar del carro ya hace mucho que pasó a ser una cuestión secundaria. En el universo de la medicina se trazan cenefas con datos y cifras que revelan magnitudes y acontecimientos exactos. En el de los pacientes, cada página en blanco se viste de garabatos inconexos, como trazados por la mano de un niño, y mientras no aparezca una intersección donde lo que no dejan de ser eso mismo, puras visiones, consigan encontrarse, todo será caminar a ciegas, a tientas contra las paredes que se resquebrajan al paso y a patadas contra el suelo que se vuelve arenas movedizas. Amanece y estoy viva. Es el mantra que me devuelve a la superficie. 

Una luz gris ilumina las cortinas de mi ventana, como una luna llena de mediodía que recorta las hojas de un animado bosque de tela. El tiempo tras los cristales se revela del color de la arena. Corre entre mis ojos y me deja en la boca el sabor de la espera. 

Eso es el mundo; el mundo con sus mareas, sus tempestades y sus calmas, sus naves que se estrellan en la orilla y reaparecen como jinetes invictos golpeados por las olas. Los pensamientos, casi ninguno constructivo, que observo desde lo alto como a través de la lente de un microscopio: organismos vivos pero sin contexto, desencajados, sin conciencia de ser ni estar pero vivos, atrapados en su propia naturaleza y aun así libres en virtud de su desconocimiento de sí mismos. Ya hace mucho que aprendí a saber que mi lugar es distinto del que ocupan ellos. 

Se me ha quedado dentro esa luz anaranjada, rosada, grisácea. Esa mañana tibia, húmeda, calma. Será el color, el sabor, el tacto de la esperanza.