Noviembre. Me encantaría hibernar, como algunos animales, y no porque no me enamore el tierno sfumatto que rompe el sol a primeras horas de la mañana, sembrando de rocío las hojas verdes de las macetas que resisten alineadas junto a la balaustrada de la terraza, ni porque no me llene los sentidos ese bendito tazón de caldo caliente que en un solo sorbo reconstituye cuerpo, mente y espíritu. Será tal vez el paso marcado por el crujido de las articulaciones, ese lastimero cántico de melancolía oxidadada, esos pensamientos incrustados en las bóvedas más sombrías de la mente, en esos rincones que no se llegan a orear...esas ideas que se cubren de moho y se baten con la piedra hasta cariarla, roerla y convertirla en polvo...esa oscuridad de las siete de la tarde, cuando las luces corren por las venas de la calle y las almas bullen antes de recogerse, las ventanas se encienden un segundo antes de que caigan, como un telón, las persianas, y redoblan los alaridos de los tertulianos tras las pantallas, los mismos que marcarán el inicio del día a las siete de la mañana, y de siete a siete el día estará pasado, y de nuevo los cristales se alzarán como pupilas humedecidas en la niebla que envuelve la calle, y esa niebla se alzará como el papel de seda que envuelve las esperanzas, los anhelos o los misterios de un nuevo día.
Muy en el fondo, siempre queda el resto de esa mancha que no sale con nada, que no se puede limpiar u obviar, que a veces no es más que el recuerdo de un tropiezo o de un movimiento torpe y que quedó grabado en la retina como una fisura en el objetivo de una cámara fotográfica, en la que cada instantánea tomada deja una marca imposible de retirar pese a que en el elemento retratado no existe esa marca. No nos cuesta nada entender que nosotros mismos somos esa marca, que la pura individualidad nos condena a perseguir y eliminar lo que nos determina como individuos. Volvemos a encender la televisión, no sea que la contemplación de esta única posibilidad de subjetividad extrema reviente en una paradoja.
Desde un rincón, a contraluz, un mechón de pelo rojizo se recorta contra un tibio sol de mediodía y unas manos casi heladas arrancan quedas melodías de un teclado gastado pero firme que las reproduce con diligencia sobre una página en blanco convertidas en palabras.
De entre las muchas formas de rascar sobre cualquier mancha, física o virtual, la escritura es una de las fórmulas más empleadas. No es mágica, de hecho requiere un esfuerzo difícil de imaginar para acabar por evaporarse en muy poco tiempo...a veces minutos, o segundos... pero su eficacia, capaz de impregnar de el aire de infinita presencia, convierte las manchas en únicas, incomparables e increíbles compañeras de vida.
2 comentarios:
Oh. Inundas el aire con tu, a veces imperceptible voz y ahondas con tus reflexiones.
Precioso como siempre, compañera 💜
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