martes, 1 de julio de 2025

No duerme nadie

Intentar dormir en verano en pleno corazón del sur bien a menudo se convierte en una ficción inabarcable. Como Pedro Páramo, una vaga entre fantasmas de corazón seco, de la cama al sofá, del sofá a un rincón de la escalera, del suelo fresco que aplana el sueño y endurece la espalda, al lugar más alto de la casa: ese ojo abierto al cielo en el que los primeros gallos asaetean el aire con sus proclamas. Las estrellas trazan senderos que el ser humano dejó de comprender y los mosquitos cabrillean sobre el fulgor de la pantalla, donde una sucesión de letras toma forma de discurso, inmersas en esa búsqueda del eslabón perdido, de la inexplicable pieza que siempre parece que fue tallada para nunca encajar. 

Es el momento de escribir.

No hay café amargo ni té con dos gotas de vainilla cuya tenue humareda se condense sobre un lote de cuartillas color sepia apenas desperdigadas sobre un escritorio de madera noble, macerada por el tiempo al abrigo del barniz que aún reluce en sus aristas. Ni restos de alquimia en los aromas de una madrugada dulce y callada que se iza desde un rincón como una musa que se despereza o como una extraña suerte de ángel. A veces ni siquiera queda un resquicio para la la paz o el orden. Las voces se superponen, se impostan y se mortifican entre ellas, clamando cada cual por ser la primera, reclamando su espacio en la tierra que nunca colonizaron porque siempre les perteneció. Las manos, entonces, escriben, o teclean. Y no son la magdalena de Proust, ni el canto de Homero, ni los lances de capa y espada ni el Madrid de Larra, Galdós o Almudena Grandes. Son todo lo que se ha escrito y lo que no; lo que se ha vivido y lo que aún queda por leer; las historias que algún día se cruzaron en el andén, esa galería oscura y solitaria donde los mosquitos se alejaron para estrellar su obsesión contra el cristal de una farola, dejando en las sombras apenas los trazos de mundos e historias que tal vez fueron y que tal vez sean, el día en que haya un solo lector que haga su magia y los dote de vida. 

No hay, entonces, más que un silencio marcado por la mano que levanta el corifeo. Al este se divisa cierta claridad. Los signos brotan en hileras, como la secuencia de un electrocardiograma, y entonces sí hay paz, y un atisbo de luz, y sueño, aunque apenas esté empezando un nuevo día... y tal vez, más tarde, un descafeinado corto, en mitad de un diálogo mudo. En la escondida senda de Fray Luis de León, en la insomne Nueva York lorquiana. No duerme nadie. Y yo escribo lo que me cuentan. 





P.D: Dedicado a todos los que siguen leyendo y visitando este espacio aunque tarde en escribir...y especialmente dedicado a los que me recuerdan que tengo que hacerlo; es como si me recordaran quién soy. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Noches calurosas despiertan mentes prodigiosas para la pluma o el lápiz

Anónimo dijo...

Leerte y que corran cientos de escenas por mi mente.
Multitud de ellas cambian, cuando se leen de nuevo, sonando de fondo el guiño musical con el que acabas coronando esas noches donde nadie duerme.
Gracias Lauri 🩷