sábado, 3 de agosto de 2024

La sirena desvarada

Antes de empezar a contar esta historia, debo dar las gracias a mi amiga Helena por tres regalos únicos: el primero, su amistad incondicional, que se ha prolongado a través de los años como un hilván que se extiende y desaparece bajo la tela para volver a aparecer y de nuevo perderse, así ha sido nuestro contacto en los últimos años y no por nuestra voluntad, sino por avatares de la vida que nos han ido empujando en una u otra dirección. Gracias a que el hilván se hizo costura, tuve la alegría de recibirla unos días en mi casa - segundo regalo - y junto al soplo de aire fresco que supuso su estancia, en pleno julio candente, de sus manos vino el tercer regalo: una maravillosa caja de acuarelas acompañada de cuartillas, pinceles y otros accesorios que hicieron las delicias de Álvaro, su destinatario, quien disfrutó tanto de aquella primera clase que nos hizo prometer que la repetiríamos en cuanto Helena pudiera volver. Solo quedaba una cuestión pendiente y era qué día me tocaría a mí sentarme ante la página en blanco.

La idea ya estaba presente; la técnica, evidentemente, no tanto, porque ni sé dibujar ni domino en absoluto los misterios de las artes plásticas. Me limité a rendirme a la rotundidad de los colores, a su facilidad para empapar y fundirse con el papel, al capricho de los excesos de color generando texturas inéditas, a la sorpresa de las mezclas transformándose bajo el agua. Todo se redujo al imperativo de las siluetas que clamaban en silencio por ser descubiertas. No hubo un sujeto creador; un cielo y un mar surgieron al unísono porque quisieron existir. 

Y fue entonces, repasando el contorno de un cuerpo híbrido, mentalmente inmersa en los acordes de una canción que se me quedó dentro hace más de treinta años, cuando me pregunté cuánto tiempo llevaba sin soñar despierta, sin encararme con los mitos fundacionales de mi propia existencia, sin recoger los cabos sueltos de aquella desenfrenada inventiva que, transformados en bridas, acabaron ahogándola en el corsé de las obligaciones. Expectativas, metas, carrera, oposiciones, trabajo, hogar, crianza, caer, levantarse, volver a empezar, resistir los embates como si fueran caricias y engrosar la caja de los truenos hasta que explota en un deterioro físico irreversible. Patalear y aletear a ciegas contra la vida hasta entender que no hay nada más estúpido: que para la vida, como buena madre nutricia, aunque no nos entre en la cabeza, siempre tenemos las cuentas saldadas. Para todos amanece y para todos cae el sol y cuando la luna emerge para verse reflejada en el mar solo quienes dominan su pulso para guiar bien los trazos saben los insólitos hallazgos que pueden encontrar. 

Ahora entiendo, querida Helena, tu amor por las acuarelas y la delicia con la que bailan los pinceles en tu mano para hacer brotar pájaros, constelaciones y retazos de esa tienda ancestral que algún día abrirá sus puertas para resucitar a un personaje único y entrañable que acabará instalándose en el inconsciente colectivo, merced a la inefable arquitectura de tus palabras. 

Aunque a veces te lo parezca, tu sirena, lo sabes, no está varada. 


Nota: La sirena varada hace referencia a una canción escrita por Enrique Bunbury para Héroes del silencio que fue publicada en su álbum El espíritu del vino, de 1994. El autor se inspiró en la obra homónima del dramaturgo asturiano Alejandro Casona, escrita en 1934. Para saber más sobre este tema: https://musicaememorandum.blogspot.com/2016/11/la-sirena-varada-heroes-del-silencio.html?m=1